Sábado 20 de febrero 2010; el día era soleado, despejado y el Ajusco vigilante lucía una corona de nieve, aunque no tan majestuosa como la del Izta y el Popo, que estaban en su totalidad vestidos con su gala nevada. El día y la circunstancia nos llevaron a la zona de la máxima casa de estudios, para visitar un lugar en especial.
Un lugar que desde hacía algunas semanas ofrecía un festival de moles y pipianes. Teníamos que estar ahi sin duda alguna.
...Y lo encontramos, en el area del Centro Cultural Universitario, justo enfrente de la sala de conciertos Nezahualcóyotl, aunque sabíamos que sólo es uno de dos sucursales, la otra ubicada en la planta baja de la torre de la Facultad de Ingeniería.
La variedad se notaba, y ahí encontré nombres que nunca había escuchado; ¿pascal?, ¿chichilo?, me sentí tonto por no conocer más de algo tan básico en la gastronomía de mi país. Debo viajar más definitivamente.
Aunque más grande fue mi sopresa cuando vi las carnes para acompañar los moles (eso mismo, un mole no acompaña a la carne sino al revés). Ví lo común, pollo tanto adulto como lechal, pavo, hasta la codorniz suena natural, pero me regocijé al leer pescado, faisán, cordero americano, y ¡foie gras!, todos ellos una delicia, aunque no me es frecuente verlos como adjuntos al mole. Definitivamente, lo vuelvo a aceptar, sé muy poco.
Como es poco lo que sé, debía expandir un poco mi conocimiento culinario. Me atraía el mole poblano, que tanto he saboreado, o el oaxaqueño, que era uno de los platillos que hacía mis delicias en la infancia por ser el
más recurrentemente preparado en mi casa. Pero al final elegí uno típico de la zona huasteca, el almendrado, que incluía alcaparras que daban un sabor intenso al ya de por sí suave y suculento cerdo con que lo acompañé.
Mi amada fué un poco más audaz que yo, y ella sí quiso probar la combinación con algo que no es tan común con el mol; un filete de res que, en su término medio y textura delicada como la piel de esa mujer que amo tanto, se constituyó en una melodía al paladar en sincronía con el encacahuatado jalapeño que ella eligió.
Apenas y me reponía del placer que significó comer esas delicias producto de la sangre del México, y aunque yo no me sentía particularmente atraído a finalizar con un postre, Beatriz me convenció, y qué bueno que lo hizo. En la carta de postres encontré otro manjar desconocido para mi; nicuatole se llama, un postre que existe desde la época precolombina y que en el menú se presentaba para ser acompañado con salsa de chocolate, tamarindo o zapote. Escogí la última.
Algo más que debo agradecerle a mi amor. La textura de este postre fue el cierre más exqusito que pude dar a mi comida.
Muy placentera fue nuestra vista a ese café cuyo nombre hace alusión a los colores del equipo de futbol de la UNAM; un restaurante que tiene, según supimos, prestigio internacional y premios por todas partes y que contribuye a hacer más completa (y ya es un decir) la visita a este patrimonio de la humanidad que es Ciudad Universitaria. Regresaremos sin duda, aunque para entonces ya habrá pasado tiempo desde el final de esta Feria de Moles y Pipianes cortesía del gran (y lo reitero, gran) chef Ricardo Muñoz Zurita.
Espero, mis agaveros queridos, que su día de hoy y todos los días de su vida sean tan buenos, llenos de sol y exquisitos como esta tarde tan satisfactoria que pasé en compañía de mi mujer amada, con el sabor en la boca de un platillo que ha sido un gusto en el paladar de nuestra gente desde hace siglos. ¡Felicidad y alegría siempre!.
Muy bueno articulo!!
ResponderEliminarEsos moles tan sabrosos parecen comida de los dioses en verdad. Qué alegría que haya interés por difundir esas delicias y que más gente aprecie los sabores de México.
ResponderEliminarHola, this is such a good entry!!
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