El STC metro, con todo y su aumento de dos a tres pesos el pasado enero, sigue dando un servicio regular; nos sigue haciendo esperar parados en el andén, cuando por fin llega se queda parado un largo, largo rato en la estación y siguen sin echar a la gente que ha hecho de este servicio su mina de oro. Espero en la estación Tacubaya a mi amada Beatriz, son las 3 p.m. y el servicio está a su tope. Me da vueltas en la cabeza el cinismo del sistema que pone sus letreros sobre la taquilla, echándonos en cara que debería costar 9 pesos, pero en "apoyo a nuestra economía" sólo sube a tres pesos y me encabrita que se atrevan a cantarnos esa cuando podríamos decirles "claaaaro, muchas cosas deberían ser distintas, por ejemplo, también los slarios mínimos deberían ser más altos, y no debería existir tenencia cacahuates a cinco pesos y los senadores, diputados y demás mafiosi deberían ganar menos pasitas a cinco pesos...¡Qué carambas!, una gritona vendiendo su mercancia me ha hehco perder la concentración con sus alaridos...¿Qué tanto grita?.
¡Dos bolsas de cacahuates a cinco pesos bolsa grande de pasitas a cinco pesooooooos!!!"
Me tiene mareado, pero aunque quisiera que se callara para seguir oyendo mi pensamiento, no le hace caso a mi petición mental. Sigue gritando, sigue tratando de llamar la atención de la gente con su cantaleta desesperante. Lo que más me choca es que nadie voltea a verla siquiera; el gritar asi no le sirve de nada, los que pasan también vienen encerrados en sus pensamientos, en sus pláticas o en ver traseros atractivos. Sólo los que están parados cerca de ella, tal como yo, sin fluir con el resto, la escuchan continuamente.
Al final me acostumbro a oirla, sigo sin poder concentrarme en nada, asi que mejor me pongo a observarla: tiene alrededor de 25 años, podrían ser menos, pero no más. No parece ser de una situación económica desesperada, de hecho, aunque es hija del pueblo, de clase trabajadora, tiene mejor pinta que muchos de los otros vendedores de mercancía pirata o legal y muchísimo mejor que aquellos que mendigan por medio de papelitos indicando que vienen de tal o cual comunidad indígena que sufre de los embates de la pobreza. No, esta chica come mejor y luce mejor, pero ahi la tenemos, vendiendo cacahuates y pasitas para complementar su necesidad económica, algo que debo aceptarlo, yo no me aventaría a hacer. La gente sigue pasando, por fin veo que algunos voltean a ver de qué se trata el escándalo, los más pasan y le miran el trasero, bastante bien formado por cierto, ¿a eso se expondrá día con día?, mi pregunta aunque retórica es necia, sé la respuesta; se expone a eso y a cosas peores, pero su cantaleta no deja de retumbar en las paredes de la estación, aún por encima del metro que viene y va.
Beatriz llega, juntos abordamos el siguiente tren y pierdo de vista y de pensamiento a mi nueva amiga que no sabe que lo es. La tarde pasa sin novedad reseñable. Ya por la noche voy de vuelta a casa y entra en mi vagón una de esas otras personitas de que hablé antes; una chica de origen indígena que pide dinero por medio de papelitos.
Ambas tienen la piel morena, ambas tienen la necesidad de trabajar en el metro, una de tiempo parcial, la otra seguramente de tiempo completo atenidas al antojo de la gente la primera y la segunda a algo más difícil de apelar; su caridad. Son las diferencias lo que choca en la mente; esta chica sí luce una mirada apagada, su figura es la de alguien que nunca ha comido bien y encima está descalza. Igual que con la primera, con ella me pongo a pensar en las cosas a las que se expone; prefiero pensar en otra cosa.
Cuando desciende del tren en la siguiente estación, sé que soy parte del problema que representa la gente que hace poco o nada por evitar que haya personas como ella que tengan que mendigar en la calle, o en el metro. Al menos en el metro no pasa los fríos que se dieron en esta tercera semana de febrero. Pienso entonces que, aunque mis manos estén atadas para hacer algo de verdad consistente, cuando vuelva a esperar a mi amor en Tacubaya compraré unos cacahuatitos a la primera damita, aunque me exasperen sus gritos. Tal vez más tarde tenga suerte y veré otra vez a la chica mendicante para regalárselos, junto con unos centavitos, pero la haré prometer que serán para ella, y no para quien la explota.
Llego, después de una larga espera en la estación donde ella bajó, a mi estación. Sí, el metro sigue dando un servicio regular, aunque mucho mejor que aquellos que deberían protegernos y evitar que esas dos damitas tuvieran que ganarse asi sus centavitos. Mis dos nuevas amigas, aunque ninguna de las dos sabe que lo son.
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