El Ojo Agavero

17/7/09

Las muñecas (y la isla) de Don Julián.

"Voy a ordeñar las vacas, ahorita regreso", fueron las últimas palabras de Don Julián Santana Barrera. Su cuerpo apareció tendido a orillas del canal a pocos pasos de donde aún se erige su casa en Xochimilco; una chocita sencilla que pasaría desapercibida si no fuera porque por todos lados, en sus paredes, en los árboles circundantes, en su techo, está repleta de muñecas.



Asi era, asi es la casa de Don Julián, la ahora famosa Casa (o Isla) de las Muñecas.
Ahora el hombre descansa en el Panteón municipal de Xochimilco Xilotepec. Su muerte significó revuelo por tratarse de uno de los personajes más notables de la zona; hombre sonriente, dado al pulque y de sonrisa franca y desdentada, que cuando no estaba recogiendo muñecas para decorar su choza y asi "espantar al espanto", decía él, buscaba en la orilla del canal a una sirena que lo llamaba y que él afirmaba algún día habría de llevárselo.

Don Julián, ¿qué verdades sabía usted que a nosotros el resto de las personas nos están negadas?, ¿su súbita muerte, aunque no del todo inesperada, tuvo que ver con su salud, con su avanzada edad, o acaso en verdad su espíritu fue llevado por esa sirena con la cual usted tenía idílicos amores desde hacía más de 52 años?, esa sirena que comenzó a atraer su atención desde la muerte de esa jovencita ahogada en el canal hace medio siglo, suceso desde el cual usted escuchaba lamentos de mujer, pasos y voces, que lo llevaron a custodiar su casa con muñecas abandonadas, descarapeladas, sin ropa o sin ojos o cabello, que debían alejar a quien le producía temor y hoy siguen ahi, custodias silenciosas de su pobre pero amada heredad, y que muchos afirman haber visto dar muestras de vida en más de una ocasión.

Su corazón, Don Julián, lo traicionó y usted dejó la vida en el mismo punto donde la chica se ahogó y donde usted veía a esa sirena invisible a ojos ajenos. Hoy su casa, Don Julián, es un sitio ecoturístico, un lugar frecuentemente visitado por los curiosos, los morbosos y aquellos que quieren ver un sitio lleno de energía. Pero en el silencio de la zona, cuando no hay voces humanas vivientes ni el rumor del agua removida por una trajinera, quisiera yo escuchar los sonidos que usted tan bien conoció y temió, que lo llevaron a adoptar esas costumbres que lo hicieron famoso. Cerrar mis ojos y ver aún en la penumbra de mis párpados cerrados las caras de las muñecas, sus sonrisas, sus miradas que a diario lo saludaban; las muñecas traídas para "espantar al espanto".

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